lunes, 2 de mayo de 2016

Mito de Hermes



Hermes era hijo de Zeus y de la ninfa Maia, hija de Atlas, uno de los 12 dioses del Olimpo. Tenía múltiples funciones, pues era mensajero de su padre, guía de las almas de los muertos en el Averno, símbolo de la prosperidad entre los humanos y protector de los viajeros, los mercaderes y los ladrones. Era ingenioso, diestro y astuto, como un joven sin problemas a la hora de gastar bromas o mentir sin que le descubriesen. Su aspecto era el de un joven atractivo con un sobrero alado y unas sandalias también aladas que le daban una extraordinaria movilidad. En su mano llevaba una vara que le servía para hacer magia o para hipnotizar a la gente.
Hermes llegó al mundo en Arcadia, donde Zeus visitó a su madre en la cueva del monte Cilene. Inmediatamente después de su nacimiento, el joven precoz inventó un instrumento musical, la lira, tensando cuerdas sobre el caparazón de una tortuga. Esa misma noche, en Macedonia, robó 15 de las vacas de Apolo y las llevó al Peloponeso borrando sus huellas. Sacrificó dos de ellas a los dioses y luego regresó a la cueva a descansar en su cuna.
Apolo le buscó y le encontró gracias a Bato, el pastor locuaz que traicionó a Hermes y fue convertido en basalto por los dioses. El pequeño Hermes afirmó no haber robado nada, pero después de acudir a Zeus se llegó al acuerdo de hacer un intercambio. Hermes se podría quedar con el ganado si le regalaba la lira a Apolo. En adelante los dioses serían amigos y Hermes hizo de protector de pastores, rebaños y manadas.
Como patrón de los viajeros, Hermes viajaba también a menudo, pues era responsable del correo. En la antigua Grecia, pilar fálico de piedra rematado con la cabeza de Hermes servía como punto de entrega del correo en las carreteras y en las calles. Venían de las pilas de piedras que los viajeros depositaban una a una en puntos concretos del camino. Tiempo después en las ciudades, los hermai herm fueron también ubicados frente a las puertas de las casas y de los gimnasios, ya que éste era un dios especial para los atletas.
Hermes tuvo todo tipo de romances. El más importante de sus descendientes fue el dios Pan, nacido de su relación con una ninfa. De su romance con Afrodita nació el bello Hermafrodito, que después adquirió también rasgos femeninos debido a una ninfa, y Príapo, poseedor de un gigantesco falo. Según otras versiones, Príapo sería hijo de Dioniso. El pastor Dafnis fue otro de sus hijos. Las mortales le adoraban, entre ellas Herse, hija del rey ateniense Cecrops. Su hermana Aglauro, terriblemente celosa, sólo permitió que el dios se acostase con su hermana a cambio de dinero. Como castigo, Hermes la convirtió en una estatua de basalto. Otro de los amores del dios fue la habilidosa Apenosien, que al principio era demasiado rápida para él pero que al final fue superada después de haber escapado una vez.
Como mensajero y hombre diestro, Hermes hizo trabajos para los dioses y otros importantes seres inmortales. Apoyó a su padre en sus aventuras fuera del matrimonio, ya fuese para eliminar al monstruo de 100 ojos Argo, guardián para llevar a los toros a la playa donde quería seducir a Europa. El rey troyano Príamo viajó con Hermes hasta la tienda de Aquiles, donde le rogó al héroe que le entregase el cuerpo de su hijo Héctor. Odiseo, no menos astuto que Hermes, recibió del dios unas hierbas que le hacían inmune a las tretas de Circe.
Hermes hizo también una gran labor como guía de las almas en su tránsito hacia el otro mundo. Todos llegaban de la mano de Hermes Psicopompos (guía de las almas
) hasta la laguna Estigia, donde debían pagar un óbolo para subir en la barca que llevaba Caronte hasta el reino de Hades.
Mercurio, el dios romano que se igualaba con Hermes, fue originalmente el dios del comercio y por ello se le representaba con un monedero en sus manos.

Mito de Orfeo


El cantante y músico Orfeo era hijo de Apolo y Calíope, musa de la poesía narra­tiva, si bien algunos aseguran que era hijo de Eagro, rey de Tracia.
Orfeo podía cantar y tocar de tal manera que conmovía a humanos, animales, ár­boles, ríos y piedras. Fue uno de los argo­nautas que viajaron a Colchis en busca del Vellocino de Oro. Su talento fue muy útil en multitud de aventuras, como cuando tocaba para apa­ciguar los ánimos durante una pelea. Tam­bién neutralizó el canto de las peligrosas sirenas que con sus voces irresistibles conducían a los marineros hacia la muerte, pues se ahogaron al intentar seguir su canto más allá de las aguas.
Después del viaje de los Argonautas, Orfeo regresó a Tracia, donde se enamoró de la ninfa Eurídice. El sentimiento era mutuo y Orfeo decidió invitar a la boda a Himeneo, dios del matrimonio. El día de la boda, una serpiente venenosa mordió a Eurídice en el talón, según algunos mientras huía de Aristeo, un apicultor. A consecuencia de ello murió y el inconsolable Orfeo no podía imaginar su vida sin ella, así que bajó al mundo de los muertos para pedir a Hades y Perséfone que se la devolviesen. Sus melodías implorando al dios mientras se acompañaba de la lira conmovieron al dios de la muerte e incluso a los seres malignos del Tártaro  En palabras de Ovidio: “Mientras cantaba con la música de la lira, las almas rompieron a llorar. Tántalo no se esforzó en alcanzar las aguas que siempre se retiraban, la rueda de Ixión se detuvo, los buitres dejaron de picar el hígado de Titis, las hijas de Danao dejaron de llenar sus vasijas y Sísifo descansó sobre una roca”.
Incluso el implacable Hades quedó desconcertado y le permitió llevarse a su amada a condición de que no volviese la vista hasta haber salido de allí. Orfeo salió feliz, seguido de Eurídice, que iba más despacio debido al dolor que le producía la mordedura de una serpiente. Justo antes de salir, Orfeo se dejó llevar por la impaciencia y miró hacia atrás, lo que provocó que su amada se desvaneciese en la niebla del reino de los muertos, despidiéndose de él sin que Orfeo pudiese oírla.
Orfeo descendió de nuevo al mundo de los muertos, pero el barquero Caronte no le quiso cruzar a través de la laguna Estigia a pesar de sus cánticos. Al darse cuenta que había perdido a Eurídice para siempre, Orfeo pasó siete días penando sin co­mer a orillas de la laguna. Después regresó a Tracia, donde ya no quiso saber nada de mujeres y decidió hacer de los hombres su elección.
Esto no gustó demasiado a las Ménades, con las que en tiempos más felices había retozado durante los ritos en honor del dios del vino. Enloquecidas y despechadas se abalanzaron sobre Orfeo, gritando de tal manera que ni siquiera su canto las apaciguaba. Así, le despedazaron dejando intacta su cabeza y su lira, que cayeron a un río, el Hebro, que las llevó hasta el mar mientras seguían sonando -según algunos la cabeza seguía pronunciando el nombre de Eurídice- hasta llegar a la isla de Lesbos. La lira quedó en los cielos como constelación, y el alma de Orfeo encontró a Eurídice en el mundo de los muertos. Desde entonces, pudo morar siempre en los Campos Elíseos, el reino paradisíaco de los muertos La veneración de Orfeo en Tracia estuvo muy unida a la de Dioniso. Como ocurre con el culto al dios del vino y de la vegetación, los Misterios Órneos en honor de Orfeo están dominados por la muerte y la resurrección, ya que, según una vieja versión de su mito, el cantante consiguió liberar a Eurídice del reino de los muertos gracias a Dioniso, su salvador. El Orfismo desembocó en una religión sectaria duran­te el siglo VI a.C. en Grecia, en la que sus seguidores consideraban a Orfeo el fundador de un credo que despreciaba al cuerpo como una jaula en la que el alma estaba encerrada. Solamente después del ciclo de muerte y renacimiento quedaba liberada de sus confines. Parece probable que pensadores y filósofos más tardíos como Platón estuviesen influidos por ese modo de pensar.

Mito de Tánatos



Tánatos era el hijo de Érebo y Nicte, hermano gemelo de Hipnos, y personificación de la muerte.
Era el genio alado que acudía a buscar los cuerpos de los que habían fallecido.
Cortaba un mechón de sus cabellos para ofrecer como tributo a Hades y se llevaba sus cuerpos al mundo de los muertos.
Transportó, ayudado por su hermano Hipnos, el cuerpo del guerrero Sarpedón, muerto en Troya, hasta Licia. También se llevó el cuerpo de Alcestis que, ejemplo del amor conyugal, había sustituido a su marido en el féretro.
Más tarde, su presa le fue arrebatada por Heracles, que lo obligó a devolverla a la vida más joven y más bella que nunca.
Sin embargo, la historia más curiosa en la que interviene Tánatos es en la que es encadenado por Sísifo.
Sísifo era el más astuto y el menos escrupuloso de los mortales. Era capaz de los más enrevesados engaños para conseguir sus propósitos.
Se dice que, al ser amante de Anticlea, él sería el verdadero padre de Ulises.
Cuando Zeus raptó a Egina, la hija del río Asopo, Sísifo fue testigo casual de los hechos. Utilizó la información para conseguir de Asopo un manantial en la ciudadela de Corinto, y delató a Zeus. Éste, enfurecido, mandó a Tánatos para acabar con la vida del mortal, pero el hábil Sísifo consiguió atrapar y encadenar al genio alado de la muerte, y por un tiempo ningún hombre murió.
Finalmente, Ares liberó a Tánatos, que volvió a realizar su trabajo empezando por el propio Sísifo.
Pero Sísifo era capaz aun de más artimañas para librarse de la muerte, y antes de morir ordenó en secreto a su esposa que no le tributara honras fúnebres.
Una vez en los infiernos, se quejó ante Hades de la impiedad de su esposa y le pidió que le dejará volver para castigarla.
Hades se lo permitió y Sísifo, que no tenía intención de volver a los infiernos, vivió en la Tierra feliz hasta época muy avanzada. Cuando por fin murió, Hades le impuso una tarea para evitar una nueva evasión. Su martirio consistía en empujar cuesta arriba un gran peñasco que, una vez en la cumbre, volvía a caer por su propio peso y el trabajo de Sísifo se prolongaba así eternamente.

Mito del dios de la muerte Hedes



Hades era el dios de la muerte, que regía el reino de los muertos. Este dios sombrío y oscuro era hijo de los titanes Cronos y Rea, y como sus hermanos Zeus y Poseidón, que tenían el poder sobre el cielo y los mares, él lo tenía en el mundo que no se veía y que recibió el nombre de Hades.
El mundo de los muertos de los griegos se representaba como un reino bajo la tierra, aunque según algunas fuentes se encontraba en la zona más alejada de Occidente, en el confín del mundo. Tras la muerte, las almas de los muertos llevaban una existencia apesadumbrada e incómoda como espíritus o sombras no corpóreas. Primero llegaban hasta el límite de este reino con Hermes, el mensajero de los dioses, en su tarea de Hermes Psychopompos -«guía de las almas»- (ver Hermes).
Tras ello, Charon (Caronte) se encargaba de llevarlos en su bote a través de las aguas de la laguna Estigia, que separaba el mundo de los muertos del de los vivos. El barquero sólo hacía su trabajo si recibía a cambio una moneda llamada óbolo. Cual­quier muerto que no hubiese sido enterrado con el óbolo en sus labios vagaría por la tierra sin descanso (ver Charon).
A su llegada, los muertos se sometían al juicio de tres personajes: Minos y Radamantis, antiguos reyes de Creta, y Eaco, antiguo rey de Egina. Después de esto la mayoría de los muertos quedaban despo­seídos de su cuerpo, su sangre y sus emociones, sin conciencia humana en este nuevo lugar para ellos. Una vez que habían bebido el agua del pozo de Letos, que significa «olvido», perdían la memoria de su existencia terrenal. Aunque la existencia en este mundo no fuese una tortura, se trataba de una estancia tediosa, como atestiguó Aquiles al asegurarle a Odiseo, tras su visita al Averno, que prefería ser sirviente en una casa pobre antes que ser rey de todas las almas del mundo de los muertos.
Había excepciones a la hora de vivir junto a Hades. Aquellos que se hubiesen distinguido por sus virtudes y su justicia podían vivir en una especie de paraíso que se llamaba Elíseo o Campos Elíseos. Se trataba de un privilegio para unos pocos. Según Homero, Menelao, esposo de Helena pudo permanecer allí tras su muerte.
El Tártaro era lo más parecido al Infierno y estaba en la zona más oscura y profunda del Hades. Allí quedaron confinados los titanes y aquellos que habían cometido crímenes horrendos, como el gigante Titio, que había matado a Leto (ver Leto), Tántalo, que debía sufrir la sed y el hambre eternos viendo cómo caían a su alrededor manjares exquisitos (de ahí «la tortura de Tántalo», ver Tántalo), Sísifo, que debía hacer rodar una roca hacia lo alto de una colina para empezar inmediatamente des­pués de que se cayese («el trabajo de Sísifo», ver Sísifo), Ixion, que se encontraba atado a una rueda giratoria (ver Ixióny las Danaides, Las, las 50 hijas del rey Danao, condenadas a llenar cubos de agua sin fondo por haber matado a sus maridos en la noche de bodas).
No había escape posible del Averno, y cualquiera que intentase huir se convertía en presa del terrible perro de tres cabezas Cerbero (ver Cerbero). Sólo unos pocos mortales pudieron visitar el Averno, siempre para hacer algún trabajo o por motivos especiales. Heracles tuvo que cargar con Cerbero como parte de sus Doce Trabajos e incluso se dice que rescató a Alcestis (verHeracles y Alcestis). Orfeo fue a buscar a su amor, Eurídice (ver Orpheus), y Odiseo a consultar su futuro al vidente Tiresias (ver Odiseo y Tiresias). Eneas acudió a hablar con el alma de su padre (ver Aeneas) y Psique a coger el ungüento que había preparado Perséfone, esposa de Hades. Teseo y Prithous (Pritio) intentaron rescatar a esta última del Averno, pero quedaron atrapados en las cadenas del olvido de Hades.
Pese a que el dios del Averno no tenía fama de ser especialmente cruel o malvado, la superstición hacía que nadie se atreviese a decir su nombre, que significaba «el invisible», pues los cíclopes le habían hecho un casco que le permitía ocultarse. Los griegos preferían llamarle Pluto, que significa «el rico», epíteto que hace referencia a los múltiples recursos minerales que esconde la tierra. Los romanos le llamaron Dis para mantener ese significado. Había muchas otras descripciones eufemísticas para el dios de la muerte como «el buen consejero» y «el hospitalario».
Hades estaba casado con la joven Perséfone, hija de su hermano Zeus y de su hermana Deméter, diosa de la agricultura. Zeus se la había prometido como esposa sin el conocimiento de la madre. Cuando la muchacha fue raptada mientras recogía flores en Sicilia, su grito se oyó en todos los lugares, pero su madre no pudo hacer nada para que no se la llevase al reino de la oscuridad.
Deméter hizo cuanto pudo para recuperar a su hija, pero Hades no estaba dispuesto a ceder, sin importarle su desconsuelo. Una antigua norma indicaba que cualquiera que comiese en el Averno nun­ca podría salir de él. Hades convenció a Perséfone para que ingiriese unas semillas de granada y así quedar atrapada. Finalmente, Zeus decidió que la joven debería pasar parte del año con su madre y parte del año con su esposo. Con este mito explicaron los griegos la sucesión de las estaciones. Mientras estaba con su madre la tierra producía cosechas dado el buen hu­mor que le producía, pero cuando estaba con Hades, el llanto de Deméter sumía a la tierra en la desolación. Hades y Perséfone nunca tuvieron descendencia.

La leyenda de Psique

                                                     

Psique (en griego la palabra quiere decir “alma”) era una princesa de una belleza tan extraordinaria que la misma diosa Afrodita estaba celosa de ella.
Sin embargo, Psique era tan bella que seguía virgen porque su belleza sobrehumana asustaba a sus pretendientes. Afrodita ordenó a su hijo Eros, el dios del amor, que castigara a la atrevida mortal. Por eso, algún tiempo después, un oráculo mandó al padre de Psique, bajo la amenaza de una terrible calamidad, que llevara a su hija a una roca solitaria donde sería devorada por un monstruo.
Pero el dios Eros, cuando vio a la muchacha que tenía que morir en la boca del monstruo que la esperaba abajo, quedó tan impresionado por su belleza que tropezó y se pinchó con una de sus propias flechas -esas flechas que utilizaba de manera tan eficaz para llevar el amor súbito tanto a los mortales como a los dioses-.
Así fue como Eros se enamoró de la persona que su madre le había mandado eliminar. Temblando, pero resignada, Psique estaba esperando en su roca solitaria la ejecución del oráculo, cuando de repente se sintió suavemente elevada por los vientos; era Céfiro, el viento del Oeste, que la llevó a un valle donde quedó dormida, sobre un verde cesped.
Al despertar, Psique descubrió ante si un magnífico palacio de oro y mármol que comenzó a explorar. Las puertas se abrían y voces incorpóreas la guíaban y se presentaban como sus esclavas.
Cuando cayó la noche y Psique estaba a punto de dormirse, un misterioso ser la abrazó en la oscuridad, explicándole que él era el esposo para el cual estaba destinada. Ella no conseguía ver sus rasgos, pero su voz era dulce y su conversación llena de ternura. Su matrimonio se consumó, pero antes de que volviera la aurora, el extraño visitante desapareció, haciéndole prometer primero a Psique que jamás intentaría ver su rostro.
Psique no estaba descontenta con su nueva vida. No le faltaba de nada excepto su encantador esposo, que sólo iba a visitarla en la oscuridad de la noche. Sin embargo, fue presa de la nostalgia y una noche pidió a su marido que la dejase visitar a sus hermanas. Eros accedió a cambio de lo que le había hecho prometer a Psique.
Visitó entonces a sus dos hermanas que, devoradas por la envidia, sembraron en su corazón las semillas de la sospecha, diciéndole que su esposo debía ser un horrible monstruo para esconderse así de ella. La criticaron tanto que una noche Psique, a pesar de su promesa, se levantó de la cama que compartía con su esposo, con disimulo encendió una lámpara y la sostuvo encima del misterioso rostro.
En vez de un espantoso monstruo, contempló al joven más hermoso del mundo -el propio Eros-. A los pies de la cama estaban su arco y sus flechas. En su conmoción y su gozo, Psique tropezó y se pinchó con una de las flechas, y por eso acabó por enamorarse profundamente del joven dios que antes había aceptado por haberse enamorado él de ella. Pero su movimiento hizo que una gota de aceite caliente cayera sobre el hombro desnudo del dios. Él se despertó enseguida, regañó a Psique por su falta de palabra e inmediatamente desapareció.
El palacio desapareció también, y la pobre Psique se encontró en la roca solitaria otra vez, en una espantosa soledad. Al principio pensó en suicidarse y se tiró a un río que había cerca de allí, pero las aguas la llevaron suavemente a la otra orilla.
Desde entonces ella vagó por el mundo en busca de su perdido amor, perseguida por la ira de Afrodita y obligada por la diosa a someterse a cuatro terribles pruebas, que consiguió superarlas una tras otra, gracias a la ayuda de las criaturas de la Naturaleza -las hormigas, los pájaros, los juncos-.
Finalmente tuvo que descender incluso al mundo subterráneo, a donde ningún mortal puede ir. Tenía que pedirle a Perséfone un frasco de agua de Juvencia -en otras versiones una caja- que le estaba prohibido abrir. Psique desobedeció movida por la curiosidad y quedó sumida en un profundo sueño.
Al final, conmovido por el arrepentimiento de su infeliz esposa, a la que nunca había dejado de amar y proteger, Eros despertó a Psique de un flechazo de su sueño mortal y, subiendo al Olimpo, le pidió permiso a Zeus para que Psique se reuniera con él.
Zeus se lo concedió y le otorgó a Psique la inmortalidad, dándole de comer la Ambrosía. Afrodita olvidó su rencor y la boda de los dos enamorados se celebró en el Olimpo con gran regocijo.

La leyenda de la piedra del encanto




Peñas arriba después de cruzar los tres ríos, que le dieron nombre al pueblo, en las laderas cubiertas de cafetales, breñones y bosques, se encuentran varias piedras de gran tamaño, superpuestas unas sobre otras como travesuras de gigante. Las irregularidades de las rocas forman una cueva, donde la imaginación popular se ha entretenido en crear seres fantásticos con extraños poderes. Además, se tejió una hermosa leyenda de amor entre una bella mujer descendiente de españoles, y un indio de sangre real, pues era hijo de caciques.
Hablamos de la Piedra del Encanto en el Cerro de La Carpintera, Tres Ríos o La Unión. Pero no es una piedra, sino varias -como ya anotamos- las que forman el conjunto, que hoy día se encuentra al final de un trillo enmontado, y más o menos a la mitad de La Carpintera. Arboles de regular tamaño sombrean el lugar por donde se desliza, pequeño y claro, un yurro o riachuelo.
La leyenda romántica está asociada con los indígenas, que Tres Ríos fue tierra de indios. Y cuando las circunstancias la despoblaron, el Gobernador español de turno se encargó de volver a plantar la piel aborigen trasplantada desde Talamanca. Se dice que si usted visita la piedra y se sienta por allí a descansar, de inmediato desfila por su mente la vieja historia. Cuenta esta narración que don Pánfilo Aguilar, viejo cartago, su señora y sus tres hijos, rumbearon a Tres Ríos en busca de mejores tierras. Eran los tiempos heroicos de la colonia.
En las cercanías del Tiribí construyó don Pánfilo su rancho y poco a poco crecieron las sementeras y aumentó el hato. Los hijos fueron hombres trabajadores y valerosos y la muchacha -que eran dos varones y una mujer-la más bella criatura” que ojos humanos vieron”. Los viajes domingueros de don Pánfilo y familia a Cartago, por la ruta de Coris, sólo servían para que los otros metropolitanos se extasiaran con aquel ángel de los Tres Ríos; y vestida de ángel, precisamente, salió en una semana santa la niña Catalina, que este era el nombre de la muchacha. Pero a pesar de que más de un mancebo cartago puso en ella sus ojos y el fuego de su corazón, los latidos en el pecho de la Aguilar andaban por otros rumbos, ya que era íntima amiga de Seve y Mequeche, los hijos de un cacique que habitaba por los predios cercanos a La Carpintera, Ulatava.
Poco a poco se estrechó la amistad entre Catalina y Mequeche, especialmente cuando el joven indio aprendió todos los secretos de los grandes de su tribu y Catalina veía en él al héroe de sus sueños. Pero esta amistad, que terminó en un gran amor, fue motivo de alarma para la familia del viejo español. Hubo consejo de familia y finalmente se adoptó una decisión: trasladar a Catalina a Cartago, para alejarla del indígena. Ante esta situación, una voz le dijo al muchacho: “Roba a tu amada”. Así lo hizo, con la complacencia de Catalina. Cuando los Aguilar se dieron cuenta de la desaparición de su hija, movieron cielo y tierra para encontrarla. “Tal vez esté en la cueva de la montaña”, arguyó un muchacho. Y todos se fueron hacia una enorme cueva que había en La Carpintera. Pero resultó que en vez de la cueva encontraron las piedras de que hablábamos al comienzo de esta nota. Solamente se veía una cueva muy pequeña y una hendidura. “Todas las esperanzas de encontrar a Mequeche y Catalina se desvanecieron y aseguran los enamorados que visitan la piedra en noches de luna llena, que sobre ella se ve a una joven de cabellos rubios que acaricia a un joven moreno, desnudo hasta la cintura y adornado con sus armas de caza”. Tal la leyenda

Mito de Eros (Cupido)



Eros es el dios del amor. En un principio se consideraba nacido a la par de Gea y del Caos. También se piensa que nació del Huevo Original engendrado por la Noche, cuyas dos mitades al romperse formaron el cielo y la tierra respectivamente.
Otras versiones que insistían en verlo como un dios menor, y que le quitaban el simbolismo de cohesión interna del cosmos, apuntaban que Eros era un genio intermediario entre los hombres y los dioses, y que había nacido de Poros (el Recurso) y Penía (la Pobreza). Se caracteriza por ser una fuerza inquieta e insatisfecha.
La tradición más aceptada y difundida establecía que era hijo de Afrodita (diosa del amor) y de Hermes (mensajero de los dioses). Gracias a los poetas clásicas Eros adqurió su fisonomía más conocida que es la de un niño alado, que se divierte llevando el desasosiego a los corazones.
Sin embargo, se ha descubierto que hay diversas genealogías para este dios. A veces se le tiene por hijo de Hermes y Artemisa, o bien de distintas Afroditas. Así habría un Amor, hijo de Hermes y Afrodita Urania, Anteros -amor contrario o recíproco- hijo de Ares (dios de la Guerra) y Afrodita (hija de Zeus y Dione). Otro sería hijo de Hermes y Artemisa (hija de Zeus y Perséfone) y es este el que se identifica más con el tradicional niño alado.
Puede ser según ciertas representaciones que los inflame con la llama del amor, o que los hiera con las flechas. Pero por más ingenua que sea su apariencia, se adivina en el fondo al dios poderoso y grande. Su madre le tiene muchas consideraciones y cierto temor.
Una de las historias más conocidas y además muy romántica donde interviene Eros, es en la que se enamora de la mortal Psique, y de cómo pierde a su amada y luego la recupera, casándose con ella.
En ocasiones, se le llama Amor o Amores, y su versión latina es conocida como Cupido.

Leyenda del Hilo Rojo





Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos.Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá.
Este hilo lleva contigo desde tu nacimiento y te acompañará, tensado en mayor o menor medida, más o menos enredado, a lo largo de toda tu vida. Así es que, el Abuelo de la Luna, cada noche sale a conocer a los recién nacidos y a atarles un hilo rojo a su dedo, un hilo que decidirá su futuro, un hilo que guiará estas almas para que nunca se pierdan…La leyenda versa así:
"Hace mucho mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza.

Leyenda del Jinete sin cabeza



 La dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas van copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento sopla sus erizados cabellos.
Es verano. Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.
Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.
Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.
Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza. Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar, una terron’tica narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.
-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.
-Vieras papá,, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan,, que llega tocias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.
Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.
-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.
-Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?
-Yo te lo contaré, escúchame.
-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, pe celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmel ita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.
José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a “ispiar” al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.
En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.
El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato vuelve a montar y se aleja por el llano.
Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.
-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros. Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.
Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso. En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.

Leyenda de Afrodita "La diosa del amor"




Afrodita es la diosa del amor y la belleza, y se identifica en Roma con la antigua divinidad itálica Venus. Según una tradición es hija de Urano y según otra de Zeus y Dione.
En el caso de la primera historia, el nacimiento ocurre en el momento que Cronos (dios del tiempo) corta los genitales de su padre Urano y los lanza al mar, de donde surge Afrodita. De ahí que se le conozca como “la diosa nacida de las olas” o “nacida del semen de dios”. Una vez que salió del mar, Afrodita fue llevada por los vientos Céfiros, primero a Citera y luego a Chipre, donde las Horas la vistieron y la guiaron a la morada de los Inmortales.
Posteriormente, Platón imaginó que había una Afrodita Urania, la diosa del amor puro e hija de Urano; y Afrodita Pandemo, hija de Dione y diosa del amor vulgar. Sin embargo esta es una concepción filosófica tardía.
Afrodita es partícipe de un sinnúmero de leyendas. Primero, se casó con Efesto (el divino cojo y dios del Fuego), pero estaba enamorada de Ares (dios de la Guerra).
Cuenta Homero (escritor de La Odisea y La Iliada) que mientras los enamorados se entregaban a la pasión en una madrugada, en el lecho de Afrodita, Efesto celoso les había puesto una trampa, pues el Sol le había contado que su amada le estaba siendo infiel.
Cuando los amantes se dieron cuenta ya estaban atrapados en una red mágica que tenía el esposo de la bella diosa, y éste fue a llamar a todos los dioses para que fueran testigos del engaño. Todos se burlaron del asunto, pero Poseidón (dios del Mar) pidió clemencia y por eso Afrodita y Ares fueron liberados.
La diosa avergonzada huyó a Chipre, mientras que Ares se fue a Tracia. Sin embargo, sus amores tuvieron fruto y de tal unión nacieron Eros (dios del amor) y Anteros, Deimo y Fobos (el Terror y el Temor) y Harmonía. A veces también se agrega a Príapo.
Además de Ares, Afrodita estuvo involucrada amorosamente con Adonis y Anquises con quien tuvo a Eneas (héroe troyano y personaje de La Eneida de Virgilio) y a Lirno.
Pero, la diosa fue especialmente conocida por sus maldiciones e iras, pues cuando alguien caía en la desgracia de ofender a la diosa, se condenaba a tormentos terribles. Por ejemplo, castigó a la Aurora con un amor irrefrenable por Orión, ya que había cedido a las seducciones de Ares. También castigó a todas las mujeres de Lemnos, ya que éstas no la honraban, y las impregnó con un olor insoportable que provocó que sus hombres las abandonaran. De igual manera castigó a las hijas de Cíniras y las obligó a prostituirse con extranjeros. Por otra parte, caer en su gracia era igual o más peligroso. Cuando la Discordia lanzó una manzana a la más hermosa de las diosas, e hizo que compitieran Afrodita, Palas Atenea y Hera, y Zeus decidió que fuera Alejandro (Paris, héroe troyano) el que definiera quién era la más hermosa, cada una le ofreció un regalo a cambio de que la escogiera. Palas Atenea le ofreció hacerlo invencible en la guerra, Hera le prometió el reino del universo, y Afrodita la mano de Helena (hija de Zeus y hermana de los Dioscuros), quien era la mujer más hermosa del mundo. Paris eligió a Afrodita y fue por esta promesa que se inició la famosa Guerra de Troya.
Afrodita agradecida con Paris, lo protegió durante toda la campaña así como a los demás aqueos, incluyendo a su hijo Eneas, a quien logró salvar de la muerte.
Aunque Troya iba a perder la guerra definitivamente, Afrodita logró rescatar la raza de los aqueos con su hijo Eneas, quien luego viajara a una tierra desconocida donde sus descendientes Rómulo y Remo fundarían Roma.
Así es como para lo romanos Afrodita, Venus para ellos, fuera su protectora particular y por eso César le levantó un templo bajo la invocación de Venus Madre.
Los animales favoritos de esta diosa eran las palomas, y estas aves arrastraban su carro. Sus plantas eran la rosa y el mirto. 

Leyenda del sol y la luna




Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan.
-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron.
Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo:
-Yo me encargaré de alumbrar al mundo.
Después los dioses preguntaron:
-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio.
-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado. y él obedeció de buena voluntad.
Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego.
Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron:
-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió.
Cuatro veces probó, pero no pudo arrojarse
Luego los dioses dijeron:
-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego.
Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó.
Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron:
-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto.
Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos.
Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna.
En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna.
Desde entonces hay día y noche en el mundo.

Leyenda nahuatl: El quinto sol

   



Leyenda náhuatl
Durante el quinto Sol, bajo la adoración de Quetzalcóatl, los dioses se reunieron y decidieron estable­cer una nueva especie humana que poblara la tierra. Quetzalcóatl se dirigió a Mictlantecuhtli y le dijo que venía en busca de los huesos que estaban bajo su custodia. Este no que­ría entregárselos por lo que le pidió superar una prueba. Tenía que hacer sonar el caracol que le ofrecía y darle cuatro vueltas alrededor del círculo interior. Pero el caracol no tenía agujero alguno por donde Quetzalcóatl pudiera entrar a darle vueltas. Entonces llamó a los gusanos para que hicieran los huecos y a las abejas para que entraran e hicieran sonar el caracol. Al oírlo, a Mictlantecuhtli no le quedó más remedio que entregarle los huesos. Inmediatamente se arrepintió por que los huesos pertenecían a las generaciones pasadas y su lugar estaba allí, en Mictlán.
Quetzalcóatl no cedió y al encaminarse hacia donde estaban aquellos huesos envió a su doble y les hizo creer que volvía para regresarlos a la vida. Estaban por separado los huesos de mujer y los huesos de hombre, sólo era cuestión de amarrarlos y para llevárselos. Quetzalcóatl ascendía ya del Mictlán y Mictlantecuhtli pensó que aún tenía tiempo para recuperar los objetos preciosos y ordenó a sus servidores cavar un hoyo. Dándose mucha prisa se adelantaron a Quetzalcóatl, que cayó muerto en sus profundidades. Éste al caer soltó los huesos, que rápidamente se esparcieron por toda la superficie.
Pero Quetzalcóatl resucitó y recogió de nuevo los restos. Fuera le esperaba la doncella Quilaztli, quien molió los huesos y los colocó en una vasija de belleza singular, mientras Quetzalcóatl descansaba de su misión.
Entonces se reunieron los dioses y Quetzalcóatl vertió su sangre sobre el polvo de los huesos. Todos hicieron penitencia y, por fin, decretaron el nacimiento de los humanos.